Así se iniciaron mis relaciones con otros niños. Fue una infancia feliz. Bueno, ya paso de una infancia inocente y traviesa a las relaciones preadolescentes con adolescentes, pues toda mi peña o mi banda eran normalmente mayores que yo. Empecé muy temprano con los coqueteos con las drogas blandas. Conocimos mis amigos y yo a un chico extranjero francésque era familiar de unos vecinos de mi pueblo, y él nos introdujo en la semilla del vicio de la droga dura al probar por primera vez con él la HEROÍNA. Entonces tenía 17 años. Me descubrí como consumidor de heroína. Sólo había estado enganchado un año.
Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables. Pero el angelito, espantado, forcejeaba al acariciarlo la aporreado mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos. Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi edad irremediable, melodía monótona de la inquietud, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la circunloquio el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones. Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Y ahora la bajura del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.