Sin embargo, si se desea mantener una relación estable y gratificante, la sexualidad no solo hay que experimentarla, sino que hay que hablar también acerca de ella para lograr un mejor conocimiento de la pareja y alcanzar un buen desempeño en la intimidad, que satisfaga a ambos. Lleguen a acuerdos, pero no se conviertan en espectadores pasivos del deterioro de una sexualidad extraordinaria al inicio de la realación, a una sexualidad rutinizada. No hagan el acto sexual por cumplir un requisito, sino, porque lo desean de verdad. Dialogue sobre las formas de estimulación, el cómo, el dónde, el con qué les gusta. Los sitios, las vestimentas, si con luz prendida o apagada. Si prefieren que les digan durante el acto sexual palabras bonitas o groserías. Del sexo mismo incluso no se habla porque se considera sucio, pecaminoso, penoso hablar del asunto. Hay que vencer esos prejuicios. Empiece por conocer bien sus propias zonas erógenas para explorar y conocer las del otro.
Esa fuerza poderosa es el impulso venéreo. El deseo de tener relaciones sexuales es algo que Dios creó dentro de nosotros. No es sucio tampoco malo. El deseo sexual fue abstracción de Dios—no nuestra. El creó esas hormonas dentro de nosotros que hacen que el sexo opuesto nos atraiga. Las relaciones sexuales, como las diseñó Dios, son hermosas.
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