Aunque tiene follamigos bien dotados, aquel descubrió a tres nuevos candidatos para pasar buenas horas de sexo. Como comprenderéis es difícil encontrarlas pero yo he perseverado y ya he encontrado lo que buscaba, os cuento. Me sentí intrigada y acepté ir a esa fiesta. La fiesta en sí fue bastante aburrida y muy pronto la gente comenzó a desfilar, mi amiga también se aburría y quería irse, fuimos en su coche, yo no quería y hablé con Carlos y me invito a quedarme a dormir y me acercaría al día siguiente a mi casa. Así que pronto nos quedamos solos los cuatro, Carlos, el mayor, José, el mediano, Luis, el pequeño y yo. Pronto y ya que parecía que todos iban contra mí estuve yo completamente desnuda, para poder seguir el juego, alguien propuso realizar unas pruebas en caso de perder, todos aceptamos y rellenamos unos papelitos con lo que se nos ocurrió.
Leandro Ezequiel, tiene 28 años, fue sodero y hoy se dedica al trabajo sexual 29 de enero de h 0 Todo se terminó cuando no fue la clienta sino el esposo quien lo esperó, preparado para lo peor, en la vereda de la casa. Hasta esa mañana, Leandro Ezequiel -así se hace llamar y así lo nombraremos- cumplía con el recorrido habitual de reparto de soda. Tenía 22 años y el cuerpo fresco como fruta de verano. Timbre a las siete, timbre a las ocho y a veces no hacía falta: hubo clientas que lo esperaban fuera, en calzas o en escote, con el cajón de sifones listo para el retorno. Al borde de los 40, dos hijos, dueña -junto al marido- de una casona imponente en un barrio del Oeste de Buenos Aires. Un día la mujer le pidió que por favor le cambiara el bidón del dispenser. Era razonable: 20 litros, pesado. Leandro entró en la cocina y dio vuelta el bidón cargado con agua. A la semana siguiente, la clienta le abrió la puerta y le pidió que revisara el dispenser.