Su verde, descolorida librea de vestalla cargan sólo los tontos; despójate de ella. Su mirada habla, voy a contestarle. Renuncia a tu padre, abjura tu nombre; o, si no quieres esto, jura solamente amarme y ceso de ser una Capuleto. Eso que llamamos rosa, lo mismo perfumaría con otra designación Del mismo modo, Romeo, aunque no se llamase Romeo, conservaría, al perder este nombre, las caras perfecciones que tiene. Si escrito lo tuviera, haría pedazos lo escrito
Estas palabras parecen encontrarse al final del largo camino por el que discurre el sufrimiento presente en la biografía del hombre e iluminado por la palabra de Dios. Ellas tienen el valor casi de un descubrimiento absoluto que va acompañado de alegría; por ello el Apóstol escribe: « Actualidad me alegro de mis padecimientos por vosotros » [2]. El Apóstol comunica el propio descubrimiento y goza por todos aquellos a quienes puede becar —como le ayudó a él mismo— a penetrar en el sentido salvífico del sufrimiento. El tema del agonía —precisamente bajo el aspecto de levante sentido salvífico— parece estar profundamente inserto en el contexto del Año de la Redención como Jubileo extraordinario de la Iglesia; también esta circunstancia depone directamente en favor de la atención que debe prestarse a ello así durante este período.