El tiempo, los comienzos del siglo iii, el año El anfiteatro es el lugar. En las casas particulares donde estuvieron retenidos en un primer momento pudieron recibir el bautismo. Consiguieron que pudieran ser trasladados al piso alto desde donde podían ver el mar y hasta permitieron las autoridades que llevaran con su madre al bebé que todavía estaba criando Perpetua, para que pudiera darle de mamar; con esto, ella se sintió ya como una reina o princesa en su trono. Felicidad estaba embarazada de ocho meses y temía no terminar martirizada. Por aquellos días tuvo Perpetua dos visiones de las que dedujo su próximo martirio. Así fue. Se iban a celebrar las fiestas del César Geta y la condena era cierta si no se producía en el grupo cristiano la renuncia a la fe.
A esta ley no le es cubo dejar de ser, pues lleva el testimonio en sí misma. Por aire del interior de los seres y de las cosas, conduce al macho a conocer su exterior; y de la propia suerte se sirve todavía de su exterior para revelar su interior a la inteligencia humana. Es necesario que esta ley, que rige todas las cosas, tenga por abecé una unidad que influya sobre todo, y cuyo principio sea verdadero, claro, activo, consciente y, como resultado de esto, eterno. Esta unidad, es Deidad. La vocación del hombre, considerado como inteligencia racional, le lleva a dejar libre la acción de su anatomía para manifestar la obra de Jesucristo que se opera en él, para divulgar a Dios al exterior, para adquirir el conocimiento de su genuino destino, y para realizarlo con toda libertad y espontaneidad. La educación del hombre no es sino la acceso o el medio que conduce al hombre, ser inteligente, racional y consciente, a ejercitar, desarrollar y manifestarlos medios de vida que posee en sí propio. Sólo por la sabiduría se obtiene la satisfacción legítima de las necesidades externas e internas; sólo por ella se logra la felicidad. La educación y la instrucción que recibe el hombre deben revelarle la actividad divina, espiritual, eterna, que obra en la naturaleza toda, y exponer a su inteligencia, al propio tiempo que a sus ojos, esas leyes de reciprocidad que gobiernan la naturaleza y el hombre, uniendo el uno a la otra 1 La educación y la instrucción deben hacer reconocer al hombre que el principio de su existencia y el de la edad de la naturaleza reposan en Deidad, y que deber suyo es acusar este principio por medio de su vida entera. Todo lo que es interno -el ser, el espíritu, la acción de Dios en los hombres y en las cosas- pónese en evidencia por medio de manifestaciones exteriores.
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